Tenis, temporada 2022
Despacito
(¡ojo con la espalda!) empezamos, este año, la temporada de tenis.
¿Torneos,
campeonatos, competencias?..., nada de eso: un poquito de frontón.
Y entonces,
con los álamos acompañándome con el ruidito de sus hojas, vuelvo a tener 10-12
años, como en Tucumán.
Tucumán
De mis 10 a
mis 12 años viví en la ciudad de Tucumán. Me habían “enseñado” a jugar al tenis
unos años antes, cuando vivía en Santa Fe, pero creo que “aprendí” a jugar en Tucumán.
Digo
“aprendí” porque creo que fue ahí, y entonces, que lo hice mío al tenis (aunque
yo no lo sabía entonces —como tampoco conocía la diferencia entre enseñar y
aprender).
Allí se
realizaba el “Torneo 9 de Julio”, uno que tenía importancia nacional, y al que
venían a competir los mejores jugadores de aquella época (a comienzos de los
años ’60).
Las canchas
de polvo de ladrillo estaban escarchadas por la mañana, y los jugadores debían
esperar hasta que el sol derritiera la escarcha para poder empezar. (El olor a
polvo de ladrillo húmedo debe estar en mí, ahí, justo al lado del aroma a café
con leche…)
Las raquetas blancas
Yo, que tenía
una raquetita de madera marrón, los veía llegar con sus bolsos repletos de
raquetas blancas.
¡Ah, cómo
quería yo una raqueta blanca!
Mi papá usaba
una Maxply-Dunlop, que era muy buena, y que tenía los gajos de madera laminada
a la vista… ¡pero yo quería una raqueta blanca!
Era la época
en que todo era blanco en el tenis: las remeras (Fred Perry o Lacoste), los
pantaloncitos (shorts) para los varones, y las polleritas tableadas para las
mujeres, los pulóveres sin mangas (con apenas dos rayitas, una azul y una roja,
en el borde del escote), las zapatillas mullidas, esponjosas (con suela de
crepe) y las medias (también con las rayitas de color). ¡Ah, sí, las pelotas,
por supuesto, eran blancas también!
Las raquetas
blancas que recuerdo eran la Wilson, la Slazenger y la Donnay. Yo estaba
enamorado (no se me ocurre otra palabra) de la Donnay (probablemente porque me
gustaba el jugador que la usaba).
El frontón
El frontón
estaba al final de una serie de canchas (lo que a mis 10-12 años me parecía
como medio kilómetro), en medio de una especie de monte salvaje (al menos así
me lo parecía a mí).
El club
estaba ubicado en medio de un parque inmenso y una parte estaba en estado
silvestre, el frontón lindaba con uno de esos sectores. (De hecho, cada tanto,
el encargado del mantenimiento de las canchas aparecía con la piel de una víbora en la punta de un palito.)
Y ahí iba yo,
con mi raquetita, a emular los tiros de los jugadores que había visto.
Amambay
Redescubrí mi
frontón en Amambay, en el Parque Sarmiento (uno que está, ¡oh, casualidad!, al
lado de un montecito).
Y, no importa
el color de mi raqueta, parado ahí vuelvo a tener 10-12 años.
Douglas
Wright
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