viernes, 29 de julio de 2022

Ruby Baby - El ensayo


Ruby Baby – El ensayo 
 
En los comienzos… (fue la luz, dicen)
 
Tal vez, antes del comienzo, fue la música, para mí.
 
La música de mis padres (de mi papá, en realidad, que era el que ponía música en un combinado Ken Brown —que sonaba bastante bien).
 
Yo tendría unos 12 años, y por ahí andaban Los Plateros, Al Jolson (que era el preferido de mi papá), Doris Day (con el pelito rubio, cortito, y esos ojos azules), algunos discos que traían recopilaciones de los éxitos del momento (para gente de la edad de mis padres, claro) y que tenían nombres tales como “Refrescos musicales”, y un disco maravilloso (aunque yo no lo sabía entonces) de Nat King Cole con arreglos de cuerdas de Gordon Jenkins.
 
Había más música dando vueltas, claro, pero esa era la que me sonaba a mí. (Poco, o casi nada, en castellano…) 
 
El Big Bang
 
Alrededor de mis 14 años empezó a sonar “mi música” (música “para mí”, digamos). Venía de la mano de mi amigo Carlitos, que vivía a un par de casas de distancia de la mía.
 
Y fue como una especie de Big Bang, donde todo estaba todavía indiferenciado, equivalente (además de sorprendente, novedoso y estimulante).
 
Ahí estaban los Beatles, por supuesto, pero había muchos más (muchísimos más), y todos sonaban igual de importantes, igual de sorprendentes, igual de estimulantes.
 
Sonaban al mismo nivel que los Beatles (esos que cambiaron la música del siglo XX), y a veces más, para mí (esos que cambiaron, y formaron, mi gusto musical): The Dave Clark Five, The Herman’s Hermits, The Byrds, aquellos Bee Gees de fines de los ’60, dúos como Peter y Gordon, Chad y Jeremy y Simon y Garfunkel, Manfred Mann (con su “Do Wah Diddy Diddy”, que escuchábamos una y otra vez), algún solista (no muchos) como Bobby Solo, por ejemplo (con su “Si lloras, si ríes”, en italiano), The McCoys, una de esas bandas de un solo tema, de un solo éxito (aquella “Hang On Sloopy”, que cantábamos con Carlitos y con Willie).
 
¡Todo parecía compuesto para nuestra edad, para nuestros oídos! ¡Era “mi música”! (y la de Carlitos y la de Willie también).
 
Cool
 
De la mano de Carlitos, otra vez, llegó uno de esos disquitos (discos simples, se llamaban) que tenían solo dos canciones, una del lado A (el éxito, el Hit), y una del lado B (que nadie escuchaba). (Se decía que escuchábamos tantas veces la del lado A, en esos tocadiscos a púa, que si uno ponía el lado B, se escuchaba la canción del lado A, pero al revés).
 
El disco (de vinilo negro) tenía una etiqueta roja con un nombre grande, de pocas letras: “DION”. Y la canción, de pocas letras también, era “Ruby Baby”.
 
Empezaba con una guitarra arrastrada (con unos acordes que después aprendería que eran “bluseros”) y la voz de un tipo, arrastrada también (tanto o más que la guitarra), que ronrroneaba algo así como “IsaytharAhloveagirlanaRubyisahernameah” (I say that I love a girl and Ruby is her name, me enteré luego).
 
Y el tipo ronrroneaba y se arrastraba (y metía cosas entre estrofa y estrofa —¿comentarios?, ¿interjecciones?, ¡qué sé yo cómo llamarlas!) con una especie de despreocupación absolutamente “Cool”. Parecía que le importaba tres carajos llegar o no a las notas o que se entendiera la letra, lo que estaba diciendo.
 
Una especie de Big Bang también, tal vez, en el que la música, la canción, iba surgiendo, se iba haciendo, desde un todo indiferenciado, desde un magma musical primitivo, primordial. 
 
Reencuentro
 
Nunca más supe de Dion (salvo por mi amigo Daniel, blusero, que lo conocía como “Dion Dimucci” —que era su nombre, el de un chico italo norteamericano del Bronx, creo) hasta hace poquito en que vi en Facebook un post anunciando su cumpleaños número 83.
 
(El tipo es de 1939 —diez años más grande que yo, que soy del ’49.) (Y un año mayor que Lennon y que Ringo…)
 
La canción la había grabado, también, Tony Sheridan (aquél cantante al que los Beatles le habían hecho de banda de apoyo, allá, en los comienzos).
 
Me entero, también (¡oh, sorpresa!) que la cara de Dion es una de las que aparecen en la portada de “Sgt. Pepper’s”. ¡GUAU!
 
En fin, me reencontré con Dion y su Ruby Baby. La canción no es de su autoría, pero nadie la cantó como él. ¡Es más, él nunca volvió a cantar así! Fue tocado en ese momento por la varita del Coolness, tal vez. Fue parte de ese Big Bang inicial, quizá. 
 
El ensayo
 
Me puse a “estudiar” la canción, como hago cada vez que una “se me mete adentro”.
 
Y ahí me di cuenta de que no podía, ni de cerca, cantar así (como dije, ¡ni él mismo volvió a hacerlo!).
 
Así que ayer, después de una siesta, tomé mi guitarra vieja, la afiné, y me puse a tocar unos acordes arrastrados, a micrófono abierto, tanto como para hacer un demo de la canción.
 
Sin importarme los ruidos que venían de todas partes (la vecina, limpiando la casa para el cumpleaños de su hijito menor; las frenadas del 71, que para aquí, en la esquina; los arranques de los autos cuando abre el semáforo…), me puse a tararear unas pistas de guía, que fueron creciendo, una tras otra, hasta convertirse en una especie de ensayo, de primer ensayo de esta Ruby Baby mía.
 
Y así jugué un rato (importándome tres carajos de nada —como aquél Dion cool, tal vez).
 
Jugando a arrastrar las notas.
Jugando a arrastrar las palabras.
Jugando a rasguear esa guitarra que (como aquél piano de Jelly Roll Morton) nunca afina del todo (y así da ese tono canchero, atorrante, rufián).
Dándole mucha importancia a las palmas (esas que jugaban un rol tan importante en las primeras grabaciones de los Beatles), y poca importancia al “qué dirán” de los vecinos (“¿qué estará haciendo ese viejo loco esta vez?”).
 
Manoteando una armónica rota que está en el cajón de abajo de mi escritorio (aprovechando que mi versión está en DoM), y aprendiéndola a tocar de nuevo (como ocurre cada vez que la agarro).
 
Tres whiskicitos
 
Transcurrieron tres whiskicitos con hielo (no mucho, solo un par de dedos cada vez) cuando, ya cerca de medianoche, tenía algo que parecía un ensayo, o una zapada, o una reunión con amigos musiqueros.
 
“ASÍ QUEDA”, pensé, “EN UN ENSAYO”.
 
“No la puedo mejorar sin empeorarla”, volví a pensar.
 
Esa despreocupación (lo más parecido al “Coolness” en mí, que me preocupo tanto) está ahí, en este ensayo, en este jugar a ser “cool”, en este “dale que…” (“¿dale que éramos cowboys?”, “¿dale que éramos los Beatles?”, “¿dale que éramos Dion?”).
 
 
Douglas Wright
 
 

lunes, 25 de julio de 2022

Andan mis sueños de anoche




Andan mis sueños de anoche 
 
Desde hace unos cuantos años
(más de diez años, ya)
anoto mis sueños al despertar
(mientras estoy, todavía, con
un pie del otro lado).
 
 
Andan mis sueños de anoche
revoloteando las sábanas
—entre pliegues, cicatrices,
como huellas en la nieve
de frenadas, barquinazos
y derrapes, que ilumina
el gran sol de la mañana.
 
Ando desplegando sueños
entre sábanas plegadas
—anotando en mi carpeta,
iluminando las sombras
del lenguaje de los sueños,
exponiéndolos al día
y al gran sol de la mañana.
 
Revolotean mis sueños
aleteando torpemente
—volátiles, huidizos,
aturdidos por el día
que se mete arrollador,
imponente, impetuoso,
con el sol de la mañana. 
 
Douglas Wright
 
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Bonus
 
Son registros de unos viajes
por lugares diferentes,
como fotos de un turista
que anda paseando curioso,
que anda paseando intrigado
por paisajes de la mente. 
 
 
Bonus
 
El café que me acompaña,
justo al lado del colchón,
¡ah, también sueña sus sueños
—mientras yo anoto los míos—
que van subiendo en humitos
desde el enorme tazón!



martes, 19 de julio de 2022

miércoles, 6 de julio de 2022

Digo que soy un “in-útil”


 

Digo que soy un “in-útil” 
 
Digo que soy un “in-útil”,
soy un “in-utilitario”
—hago solo por hacer,
no por un sueldo o salario.
 
Hago aquello que “no sirve”
—sin un propósito fijo,
sin un fin determinado,
sin prefijado destino.
 
Digo que soy un “in-útil”,
soy un “in-útil”, lo sé
—creo solo por crear,
hago solo por hacer.
 
Hago “por hacer, nomás”,
ni yo sé por qué lo hago
—como si lo hiciera otro,
como si lo hiciera “algo”
que me lleva de la mente,
que me lleva de las ganas,
que me lleva de la mano. 
 
Douglas Wright


lunes, 4 de julio de 2022

Hay dibujos que me miran



 
Hay dibujos que me miran 
 
Hay dibujos que me miran
como directo a los ojos,
que, con callada insistencia,
me desarman poco a poco.
 
Hay miradas que me siguen
por toda la habitación,
y, con callada insistencia,
me indagan el corazón.
 
Hay dibujos que me miran
con mirada más que humana,
con la callada insistencia
de toda una eternidad
—eternidad silenciosa,
eternidad estridente,
eternidad concentrada. 
 
Douglas Wright
 
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Bonus
 
Frente a un dibujo de estos,
me siento, yo, de papel
—con ojos hechos a lápiz,
hechos a pluma y pincel.



Un cielo del otro lado

 
Un cielo del otro lado 
 
Las raíces en la tierra
buscan, tal vez, otro cielo,
un cielo, del otro lado,
que parece diferente,
uno que parece nuevo.
 
Las raíces hacia abajo
buscan, allá en lo profundo,
un cielo del otro lado,
del otro lado del mundo.
 
Las raíces que se estiran
buscan, allá en lo más hondo,
un cielo del otro lado,
uno que parece nuevo
pero que es el mismo cielo,
ese gran cielo infinito,
ese gran cielo redondo. 
 
Douglas Wright




domingo, 3 de julio de 2022

Tengo todas las respuestas

 


Tengo todas las respuestas 
 
Tengo todas las respuestas
solo que están en desorden
(las de Jung y las de Freud,
las de Whitman y Thoreau
—las del Tao y las del Zen).
 
Decir que las tengo todas
es un modo de decir;
año, tras año, tras año
(¡y ya van setenta y dos!)
siguen surgiendo respuestas
(en ciencias, filosofías
—física cuántica, I Ching),
surgen como a borbotones
¡de a diez, de a cien y de a mil!
 
Tengo todas las respuestas:
¡solo faltan las preguntas!
(esas que vienen de adentro
cuando uno no está buscando;
que no están en ningún libro
—salvo, tal vez, en el margen,
salvo, tal vez, en los pliegues,
salvo, tal vez, en las juntas). 
 
El viejo Now



viernes, 1 de julio de 2022

Venecia sin ti


Venecia sin ti
  
Yo andaría por mis 14 o 15 años.
 
Era un sábado por la mañana y no tenía que levantarme temprano para ir al colegio.
 
La ventana del dormitorio que compartía con mi hermano menor daba a un pasillo exterior que nos separaba de los departamentos del edificio de al lado.
 
En uno de ellos (el que estaba justo frente a mi ventana) vivía un muchacho tres o cuatro años mayor que yo.
 
De repente —estando yo medio dormido todavía— empezó a sonar, bien fuerte, “que profunda emocióoon, recordar el ayeeer…”. Era “Venecia sin ti”, en castellano, cantada por Charles Aznavour.
 
¡Guau!, ¡esa voz medio ronquita, medio afónica, llena de emoción!
 
Y esa melodía romántica y dulzona… ¡Impresionante!
 
Después llegaron otras Venecias:
 
la de “El Mercader de Venecia”, de Shakespeare (en Literature, en el colegio);
la del final de “De Rusia con amor”, del James Bond de Sean Connery (en un cine de Banfield);
la de “Fábula en Venecia”, del Corto Maltés de Hugo Pratt;
la oscura y misteriosa de “Venecia rojo shocking”, de aquél thriller de Nicholas Roeg (con Donald Sutherland y Julie Christie);
la de Woody Allen en “Everybody Says I Love You”;
la de “Casino Royale” del Bond de Craig…
 
Para todas ellas (las Venecias de mi vida —esas que me han causado profunda emoción) va este recuerdo. 
 
Douglas Wright