Derrotado, una y otra y otra vez
y otra vez, por el frontón,
me retiro victorioso
por haberlo yo intentado
—sin el menor desencanto
digo, sin desilusión.
y otra vez soy derrotado
por el frontón imbatible
—ese rival de cemento,
ese rival compañero,
siempre ahí, del otro lado.
el mejor devolvedor,
pero yo soy incansable
en mi afán incontenible
—qué digo, inconmensurable—
de ser mejor jugador.
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