La casa: ¡olor a café!
Me desperté, anoté un sueño, y bajé a
prepararme un café (un café con leche intenso, cremoso, sabroso).
Subía por las escaleras un fuerte olor a
café. “La casa: ¡olor a café!”, sonó en mi mente.
Tal vez la sensación que tuve, estando
todavía un poco “del otro lado”, fue la de que el olor a café, el aroma del
café (que flotaba en la casa y subía por las escaleras) era un aroma que tenía
algo “del otro lado” también.
Un aroma del mundo de la vigilia y también un
aroma del mundo de los sueños.
Y la sensación que tuve (la vivencia) fue no
la de que en la casa había un fuerte olor a café sino la de que la casa “era”
olor a café. (No algo agregado sino algo intrínseco.)
Los recuerdos (las vivencias) que nos
acompañan (y nos acompañarán, tal vez) no son los pensamientos abstractos sino,
al parecer, las imágenes (visuales, auditivas, olfativas…).
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La casa: ¡olor a café!
La casa: ¡olor a
café!,
el café de la
mañana,
un aroma misterioso
venido de no sé
dónde,
tal vez de mundos
distantes,
tal vez de tierras
lejanas.
Un aroma misterioso
sube por las
escaleras
y se mete aquí en mi
cama,
y se mete aquí en mi
pieza.
La casa: ¡olor a
café!,
el olor que me
acompaña
en ese tránsito
lento
desde el mundo de
los sueños
al mundo de la
vigilia,
la vigilia
cotidiana.
Un aroma de este
mundo
pero también de otro
mundo,
ese mundo de los
sueños
donde a menudo me
hundo.
La casa: ¡olor a
café!,
un aroma que me
envuelve,
entra al mundo de
mis sueños
y después, muy de a
poquito,
me acompaña de
regreso,
flotando conmigo
vuelve.
El viejo Now
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