La experiencia de hacer
“Valsecito triste”
Goyeneche-Troilo
Después
de mucho (mucho) tiempo de no escuchar tango (de sentarme a escuchar un disco
de tango entero, de punta a punta, sin hacer otra cosa más que eso)... apareció
en YouTube un archivo de Goyeneche con Troilo. (Del Goyeneche de la buena
época, diría…)
Era
aquél disco que yo tenía en Antezana, y que escuchaba para arriba y para abajo,
una y otra vez... "Paredón, tinta roja en el gris del ayer...".
Y lo
escuché recostado en la cama, de corrido.
Fue
como una hora, más o menos, ya que incluía algunas canciones más que no estaban
en aquél LP (siempre grabaciones de Goyeneche-Troilo).
Cuando
terminó el disco, me incorporé, busqué mi tablita de dibujar (un tablerito
portátil) y empecé a escribir...
"Valsecito
triste
con
sabor a tango"...
No
estaba escribiendo una poesía, como otras veces, sino la letra de una
canción.
Recuerdos, sentimientos
y emociones
Me
habían pasado por la mente (y por el cuerpo, por la piel) un montón de recuerdos, sentimientos
y emociones de aquella época, año 1978, viviendo en Antezana, en plena
Dictadura Militar, y compartiendo un bulín en San Telmo, a dos cuadras del
Parque Lezama, con dibujantes y guionistas de historieta amigos, y yendo a
caminar por La Boca, Caminito, el Riachuelo, el puente viejo, los caseríos de
madera y chapa... toda la parafernalia tanguera que yo estaba descubriendo (y
dibujando) mientras tarareaba tangos.
Yo
venía de los Beatles, del jazz y, más recientemente, del folclore (del Dúo
Salteño).
Un valsecito des-cubierto
Se me
ocurrió un valsecito, ya que el tango es mucho para mí, para mis recursos
musicales, por una parte, y porque mi sentimiento era humildito, digamos, más
propio de un valsecito.
La
letra salió de corrido, y quedó así, casi sin correcciones. Y si bien yo escribo
con frecuencia poesías, estaba muy claro para mí que ahora estaba escribiendo
una canción.
Esto me
llevó un rato nomás.
(Con
imágenes del barrio Sakura, con sus casitas de chapa, y con imágenes de esa
Boca que recorría y dibujaba —las calles embarradas, los adoquines, los faroles
antiguos, las casas de madera, los entramados por donde trepaban los jazmines,
los emparrados de los patios del Dock Sud, donde había vivido una temporada con
mis amigos historietistas...)
Parecía
que la letra ya estaba ahí, y yo la iba des-cubriendo (como hacían aquellos
paleontólogos de Jurassik Park) con un pincelito, quitando la tierrita que la
cubría.
O
parecía que me la iban dictando (no en forma de una voz audible sino más bien
como la voz silenciosa de la intuición, digamos).
Yo
pensaba, recapitulando la experiencia (que de eso se trata este comentario) que
no era como si otro me la estuviera dictando (como cuando un médium, que no es
escritor, escribe lo que algún escritor fallecido le dicta desde el Otro Lado,
según he leído y visto en documentales).
Tampoco
tenía que ver con las Musas de la cultura griega, con las que no me
relaciono.
Me
gusta más la idea oriental de Pequeña Mente y Gran Mente (con la que uno a
veces toma contacto, y es ella, entonces, la que hace).
Para
mí, todo esto no tiene que ver con la calidad del producto —si es una gran
canción o no, que la mía no lo es— sino con la cualidad de la experiencia (que
es lo que intento registrar aquí).
Otra
explicación posible (otra interpretación, tal vez) es la de que un Douglas del
futuro, que ya ve la letra terminada, se la va dictando, de algún modo, a este
Douglas del presente.
¿Digo
que es así? ¿Qué sé yo? ¡No lo sé! (¿Quién lo sabe?)
Hasta
aquí, la letra.
La música
Hacía
mucho que no tocaba la guitarra (un mes y medio, calculo —interesado como
estaba en mejorar mi saque de tenis).
Luego
de terminada —anotada— la letra, me levanté del colchón y bajé, tomé la
guitarra, y me puse a buscar los acordes de este "Valsecito
triste".
Lo
único que tenía en mente era un Lam disonante (una 2da menor, me explicó un
amigo músico luego) en un 3x4 lento.
Y ahí
empezó a sonar una melodía que se fue repitiendo, casi igual, a distintas
alturas.
Yo
tengo algunas secuencias de acordes habituales, conocidas, frecuentadas, pero
estos acordes iban por otros lados.
Yo los
iba colocando, a tientas, y algo me decía (me indicaba, me sugería) "este
SÍ", "este NO"... (Esa misma voz silenciosa de la intuición,
diría.)
Y así
uno tras otro. (Y cuando era SÍ, ese era el acorde, sin duda.)
Así,
en un rato nomás (otro rato), quedó lista la música.
"Keep it
simple"
Enseguida
grabé un demo para no olvidarla, y ahí quedó, básicamente lista.
Después
vino el pulido fino, anotar los acordes, pasar la letra en limpio, decidir si
hacer una intro o no, ver cuántos compases de guitarra antes de empezar a
cantar, y cuántos después, para finalizar.
Y todo
el tiempo, en mi mente, "keep it simple" (manténlo simple —se lo
había escuchado a Serrat en una entrevista acerca de un disco en el que estaba
trabajando).
Esto
me llevó otro rato más.
Entremedio,
en algún momento (entre un momento y otro), surgió el dibujo.
Simple,
espontáneo (caligráfico, casi), como surgen muchos ahora.
Después
vino la grabación, y la edición de los dibujos y el videíto, que mantuve simple
también.
Y
finalmente, de nuevo, a trabajar en el saque de tenis.
Más que pelar papas
Debería
agregar, además, que tengo la sensación de que antes, esto (este
"Valsecito triste") no estaba y ahora (luego de esta experiencia) el
"Valsecito triste" está, existe (más allá de la calidad de la
canción, como siempre digo).
Alguno
podría decir que esto ocurre con todas las experiencias humanas (como pelar
papas, por ejemplo —antes no estaban peladas, y después lo están), y estaría de
acuerdo.
(Yo
suelo pelar papas con frecuencia, y diría que la experiencia de "Valsecito
triste" fue más intensa —mucho más.)
Alguno
podría decir, también, que el pasado y el futuro son ilusorios (como en el caso
de ese Douglas del futuro dictándole la letra al Douglas del presente), y
estaría de acuerdo también.
Así
que, ¿qué me queda?
¿Un
experimentador experimentándose a sí mismo?...
¿La
experiencia de la experiencia?...
"Valsecito
triste
con
sabor a Tango,
a
casas de chapa,
a
calles de fango..."
Valsecito Full
Ahora
(habiendo avanzado con mi saque de tenis) estoy trabajando en una versión Full,
digamos, de "Valsecito...".
Agregándole
guitarras y voces, y haciendo una edición más prolija.
Los
recursos del programa de grabación y edición son casi ilimitados, diría, pero
me encuentro agregando muy poco más (aquello que si pudiera tocar la guitarra
como Baden Powell o Paco de Lucía, por ejemplo, podría concretar en una sola
toma).
Y si
bien hay veces en que me gusta experimentar (con algún efecto de sonido o con
algún concepto musical) creo que otras, como en este caso, me interesa más ir a
lo esencial.
Diría
que lo esencial para mí (con los recursos musicales con los que cuento —y en
esta época en la que me ha tocado vivir) es:
Una
letra,
Una
melodía,
Una
armonía (una secuencia de acordes).
Y a la
hora de grabar las guitarras y editar las voces, por ejemplo, recibo ayudas,
también (de ese mismo Otro Lado, supongo).
Las
ideas para las guitarras suelen venir (ya me ha ocurrido muchas veces) sentado
en el balcón, a la noche, "haciendo nada".
Sin la
guitarra, desde ya, imaginándome los casilleros del diapasón (tiendo a pensar
que es el álamo gigante de aquí enfrente el que me las sugiere).
Y
algunos otros arreglos (como efectos de edición en las voces, por ejemplo, o la
sustitución de una palabra por otra más adecuada, más justa) surgen al
despertar de una siesta.
El
"iceberg" de la experiencia de "Valsecito triste": 42
minutos (2 minutos de canción, 40 de comentarios).
Douglas
Wright
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