miércoles, 3 de agosto de 2022

Autorretrato sin la oreja cortada

 
Autorretrato sin la oreja cortada 
 
Y, ya que estamos con van Gogh (mi querido van Gogh), aquí va un autorretrato que tiene algo del “espíritu” de los suyos, diría. (Modestamente, y salvando todas las diferencias, claro está.)
 
Yo tendría unos 36 años, calculo (la misma edad que tenía él cuando se pegó un tiro, ahora que lo pienso), y nos habíamos mudado a un PH antiguo, con un patio central y, como se usaba antes, un hallcito de entrada, con un gran ventanal que daba al patio.
 
Era un sábado por la mañana, según recuerdo, y no tenía que ir a trabajar. Me senté en el sillón de caña junto al ventanal, donde había muy buena luz natural.
 
Nunca tengo un plan o un propósito predeterminado a la hora de encarar un autorretrato. Solo unas ganas (o una necesidad, tal vez) que van apareciendo (vaya a saber uno de dónde) y, si la cosa se pone interesante, las ganas y la energía van creciendo.
 
Y también surge una lucha (una tensión, digamos) entre lo que se podría llamar la calidad del dibujo (los trazos, el estilo, la expresividad), y el parecido físico.
 
Además, también, se da una tensión entre “lo que soy” (lo que veo en el espejo, lo que el espejo me muestra) y lo que “creo ser” (más aún: “lo que me gustaría ser”). ¡Todo un tema! (¡Y toda una exploración!)
 
(Una tensión, una lucha, una pugna, una pulseada… entre lo exterior y lo interior.)
 
En este empecé, en un momento, a luchar con uno de los lados (¡cáspita, el lado en sombra!). Había algo ahí que no me gustaba, no me convencía, no me satisfacía y, como trabajo en blanco y negro, puedo tapar con témpera blanca lo que no me gusta, y seguir trabajando encima.
 
Así fue que terminé “pizzicateando” con el pincel (una herramienta inusual en mí) esos brillitos concéntricos en un efecto medio vangoghiano (no buscado, para nada deliberado).
 
En fin… aquí ando, a mis 72 (¡2 veces 36!), todavía dibujando, todavía escribiendo, todavía explorando. 
 
Douglas Wright




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