Los papelitos de
Douglas
Los papelitos de Douglas, que dibujaba en unas hojas tamaño
oficio dobladas en ocho partes (de manera que cada dibujo tenía unos 8 cm x 10 cm,
más o menos) que siempre llevaba conmigo en el bolsillo, junto con una birome
(Bic negra, de punta gruesa —que ya no existe más, sólo hay una de punta
mediana, que es su equivalente, y que sigo, siempre, llevando conmigo) tuvieron
su auge, creo (su “época de oro”, digamos) allá por 1987.
Encuentro papelitos fechados en 1985, y en 1995 también,
pero ese año, 1987, fue muy intenso.
Yo estaba dedicado —en cuanto a dibujos se refiere— a unas
cuantas cosas a la vez.
-- Trabajaba en una empresa publicitaria donde dibujaba de
todo, de una manera más o menos “realista” (además de encargarme de las
tipografías y de las películas gráficas).
-- Estaba terminando mi segundo libro de humor gráfico (Cosa
de Locos, Puntosur), con ese tipo de dibujo “redondito” característico del
Jardinero Mágico.
-- Estaba trabajando, con mi amigo Eduardo Abel Gimenez, en
una historieta “loca” (El Catálogo), con un tipo de dibujo emparentado con el
de Hugo Pratt.
Así que estos papelitos, en ese tamaño chico (tan poco
“importante”), que surgían de un modo espontáneo frente lo que se me cruzaba,
y, sobre todo, que surgían sin “propósito” (“para nada”, “porque sí”), eran,
tal vez, un “descanso” de todo aquello en lo que estaba metido, involucrado, en
cuanto a dibujos se refiere.
Eran un descanso, tal vez, porque mi mente se volaba en cada
dibujito, en cada paisaje (y mi mano iba para donde ella quería, para donde el
paisaje quería —no de un modo automático,
sino de un modo espontáneo, como me
gusta llamarlo, como me gusta entenderlo.)
Empezaron con la birome, y siguieron con la incorporación de
un marcador de punta gruesa (que me permitía hacer sombras muy fuertes, con
mucho movimiento —como las que tanto me gustaban en Hugo Pratt).
Así que el combo era: un papel doblado en ocho, una birome y
un marcador de punta gruesa.
Por aquella época cultivábamos, con mi amigo Daniel Marino,
dos “cosas” (no sé cómo llamarlas —dos principios, dos gustos, dos estéticas…):
-- Una era “me cago en el original”, en el sentido de que el
dibujo “original” no importaba mucho (en cuanto a la calidad del papel o la
tinta que utilizásemos).
Tanto a él como a mí, la presencia de un papel caro (como
una hoja de Schoeller de 150 gramos, por ejemplo, o las plumas y la tinta china
de calidad —o los famosos pinceles Winsor y Newton) nos inhibía, nos endurecía,
nos “enfriaba”.
Así que dibujábamos donde fuese, con lo que fuese, y después
hacíamos una buena fotocopia (lo que no era tan fácil de lograr, en esa época)
con los negros bien contrastados.
-- La otra “cosa” era ampliar mucho el dibujo.
Era una época en la que la mayoría de los dibujantes
profesionales trabajaba en un tamaño mucho más grande para que el dibujo
apareciese reducido en la reproducción, y de ese modo, “emprolijado”.
A nosotros nos gustaba hacer al revés, cambiarle mucho la
escala hacia arriba, haciendo como un gran “blow-up”, digamos. Así las
“desprolijidades” se acentuaban, los trazos se rompían, aparecía la textura del
papel y manchas que habían pasado desapercibidas…
Yo solía llamar a los dibujos hechos en esos papelitos
“impresionismo a birome”.
Siempre me había gustado de los pintores impresionistas
aquello de “captar el momento” —de un modo rápido, fluido, espontáneo.
Y siempre me había gustado de ellos, también, aquello de
retratar “el fondo de su casa” (their own backyard, como dice una canción), es
decir, pintar aquello que tenían a mano, a la vista.
Para mí, en aquella época, lo que tenía a mano, a la vista, eran
las calles del barrio de Palermo Viejo (rebautizado como “Soho” o “Hollywood”,
luego) y del Jardín Botánico (al que, en aquella época, se podía acceder por
todos lados).
Ahora, 30 años después, me he reencontrado con estos
“papelitos”.
Por un lado, toda mi “producción” actual es (y viene siendo
desde hace unos años) “sin propósito”, “porque sí” —y también espontánea, natural— así que estos papelitos han cobrado un sentido más fuerte,
más intenso, ahora.
Por otro, con la ayuda del scanner y la computadora, puedo
cambiar la escala de los dibujos mejor de lo que lo hacía con las fotocopias, y
disfrutarlos y aprecialrlos de otra manera. (Los trazos, las texturas y las
luces y sombras de los dibujos de 8 cm x 10 cm ganan mucha fuerza llevados a 20
cm x 25 cm, digamos…)
Demás está decir que ya corrí a la librería de barrio a
comprarme un marcador grueso para sombrear los “papelitos de Douglas” versión
2018.
Douglas Wright
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Me gusto la historia de empleo y Tu libro, los dibujos, bueno todo. Gracias
ResponderEliminarBueno, me alegro, Sonya...
EliminarGracias a vos!