martes, 18 de marzo de 2014

Del anecdotario personal de Phil Martin - 1





Del anecdotario personal de Phil Martin         
   
   
       La escena nos muestra a Woody Allen después de uno de sus tantos desengaños amorosos. Está tirado en un sofá y sostiene en la mano el micrófono de una grabadora. (Todo en blanco y negro.) Está enumerando aquellas cosas que hacen que —para él— la vida tenga sentido.
       —Hay cosas que la hacen valiosa— reflexiona. —Groucho Marx —para empezar—, Louie Armstrong grabando el “Potatoe Blues”, las películas suecas —naturalmente—, Marlon Brando, Frank Sinatra, esas increíbles manzanas y peras de Cezanne, el rostro de Tracy...
       
       (“Manhattan”, de y por Woody Allen)
   
   
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 Introducción

      
      En circunstancias similares a las de Woody Allen en “Manhattan” —en un sentido anímico, al menos — encontramos a Phil Martin sentado en la más sucia de las playas de L.A. tratando de encontrar una buena razón para no pegarse un tiro y arrojar su cuerpo al mar (desde el “Holland Bull Drive”, tal vez).
      Groucho Marx era un buen motivo para Allen, pero no para él (no porque no le gustara sino porque no había llegado a conocerlo bien —más allá de algunas frases brillantes).
      Louis Armstrong sí, aunque no en “Potatoe Blues” sino en “I’ve Got The Right To Sing The Blues” —o en “Cheek To Cheek”, con Ella Fitzgerald (formaban un trío perfecto, pensaba Phil: Ella, él, y su trompeta vidriosa).
      Nicholson más que Brando (pero ésa era una cuestión generacional).
      El color de la voz de Nat Cole cuando cantaba, cuando hablaba (y hasta cuando se quedaba callado), y cualquier sonido que hubiera emitido Ray Charles (en especial esos gritos de hipopótamo herido).
      El piano de Bill Evans (con o sin Jim Hall).
      Michelle Pfeiffer (de rojo sobre un piano —por supuesto—; de negro —como supergata—; con aspecto de halcón medieval —aguileña y ornitológica—, en “Ladyhawk”; y de arquitecta madura, divorciada y neurótica, enloqueciendo a un George Clooney que merecía ser enloquecido, en “One Fine Day” —“Un día fino”, para Phil).
      Frank Sinatra, todo (y más). El de los comienzos con Tommy Dorsey y Harry James —romántico y liviano. El absolutamente swinguero de antes de Ava Gardner. El introspectivo y profundo de después de Ava Gardner. El Sinatra de la época de Presley y el Sinatra de la época de los Beatles. El Sinatra sesentón de “Trilogía”. Todo Sinatra (hasta cantando con su hija Nancy).
      Raymond Chandler, completo, desde Philip Marlowe hasta su correspondencia (pasando por las notas que le entregaba a su mucama con los encargos para las compras semanales, que incluían grandes cantidades de whisky y cigarrillos —para él y para su personaje).
      Los locos brillantes de “Monty Python” (juntos o por separado), los locos brillantes de “Les Luthiers” (juntos).
      Todo lo que hicieron los Beatles antes de “Sgt. Pepper”, algo de lo que hicieron después (nada de lo que hizo John Lennon solo).
      Woody Allen (en broma y en serio).
      Billie Holiday (Sarah Vaughan, Dinah Washington y Carmen Mac Rae), las “Ballads” de John Coltrane, el Presley de los primeros años.
      El Súper Agente 86, y las caídas de Will E. Coyote en el Gran Cañón (persiguiendo al Correcaminos).
      “Alien” y “Blade Runner”, de Ridley Scott.
      Los loquísimos dibujos de Don Martin en “Mad”, “Corto Maltés”, de Hugo Pratt.
      Harrison Ford en “Testigo en peligro” y “Búsqueda frenética”.
      Bogart —por supuesto—, con o sin gabardina (aunque Phil no recordaba nunca haberlo visto sin una).
      Así siguió Phil hasta que llegó la noche. A medida que oscurecía, la playa y el mar se iban fundiendo en la penumbra del atardecer, y con cada estrella que se encendía, a Phil se le ocurría una nueva razón para no pegarse un tiro. La última y definitiva: había empeñado su arma —una Ludwig 9.97—, para pagar el alquiler atrasado de su departamento.
      Algunos de los casos en los que había trabajado (y en los que —como casi siempre— no había podido hacer mucho) pasaron por su mente como una película casera de 16 mm, rayada y sin sonido. Y también los recuerdos, vivencias, y remembranzas, que integran esta sección.
      Son episodios cortos —que a veces no constituyen un caso— pero que poseen algunas características y particularidades que los hacen rescatables. Forman parte del anecdotario personal de Phil, y es en ese contexto que deben ser leídos (o, tal vez —por eso mismo—, deban ser completamente ignorados).
   
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1. Las mujeres plateadas
      
   
       —Mi nombre es Bond, James Bond.
       
       (Sean Connery, en cualquiera de los films de 007 —y cualquiera de los otros Bond, aunque nunca como Sean)
   
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      En muchas de las ocasiones en que Phil se relacionó con una persona del sexo opuesto —lo que no implica que esas ocasiones fueran muchas—, al día siguiente, la mujer que dormía desnuda a su lado, despertaba completamente pintada de plateado.
      Afortunadamente, las mujeres siempre despertaban con vida (a diferencia de aquella que pintaron de oro en “Goldfinger”, una de las películas de la serie de James Bond). A veces, a las amigas de Phil les gustaba tanto como les quedaba el plateado que se negaban a quitarse la pintura hasta que, algunas semanas más tarde, se les empezaba a descascarar o a oxidar.
      Luego de realizar una serie de investigaciones que —a pesar de involucrarlo personal y afectivamente— Phil llevó a cabo con el rigor metodológico que lo caracterizaba —que era casi nulo—, descubrió —por casualidad— que algunos estudiantes de una escuela de arte de la vecindad —aquellos que no contaban con los medios económicos para costearse modelos en vivo—, recurrían a sus compañeras de cama para realizar los trabajos prácticos para las clases de “body-painting”. Sabiéndolas dormidas —por fatiga o por aburrimiento—, se introducían  por la ventana de su dormitorio para llevar a cabo sus tareas escolares.
      Una vez descubierto este sórdido accionar —más digno de una banda de delincuentes que de un grupo de futuros artistas—, Phil inmediatamente tomó cartas en el asunto: decidió alquilar el cuerpo de sus compañeras dormidas a los alumnos adinerados.    
   
   
      Douglas Wright


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