Una mañana de sábado
Una mañana de sábado
como aquellas de mi
infancia,
sin celular, sin
teléfono,
sin televisión por
cable,
solo unas plantas
calladas
(cada una en su
maceta)
y el ladrido de
algún perro,
lejos, allá en la
distancia.
Una mañana tranquila
sin ruidos del
exterior,
sin bocinas ni
frenadas,
ni autos ni
colectivos,
solo una bici
callada
(como en puntitas de
pie)
deja huellas
silenciosas
en mi silencio
interior.
¿Qué sabía yo del
tiempo
(o qué era la
eternidad)?,
solo sábado en el
aire,
solo sábado en el
día,
una mañana callada,
una mañana tranquila
(sin colegio ni
tarea)
en que callar y
callar.
Una mañana de sábado
sentadito en el
jardín,
en compañía de los
árboles
de la cuadra de mi
casa,
junto al sendero de
grava
demarcado por ladrillos,
también quietos,
silenciosos,
salpicados de
verdín.
Douglas Wright
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Bonus I
Aquella mañana de sábado
El tiempo todavía no
había comenzado.
Yo estaba ahí, y no
estaba.
No estaba el yo del
colegio, del pupitre de madera con los Beatles dibujados a birome (y
plastificados con cinta Scotch), el del recreo largo con bolitas de vidrio y
tenis con la mano y una pelotita de papel abollado, el del colectivo viejo
(tapizado en madera terciada) que me llevaba y me traía (y me dejaba de este lado
de la avenida peligrosa)...
En silencio, se iba
esbozando otro yo, uno que no conocía, extraño, difuso, que iba llenando con su
presencia aquella mañana de sábado.
DW
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Bonus II
Como de atrás del atrás
Supongo que esa es —un
poco— la cosa: que en el vacío, en el silencio, aparece (tiende a aparecer)
otro yo.
Un yo no histórico,
no cultural, no personal.
(No impersonal sino
más bien a-personal, suprapersonal, quizá.)
Como de atrás del
vacío, como de atrás del silencio, como de atrás del atrás.
DW
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