viernes, 5 de octubre de 2018

En sueños-05, El sueño en el que vuelo sobre el mar


En sueños-05

El sueño en el que vuelo sobre el mar 


Jueves 26 de enero de 2017.

Vienen, en avión, a visitarme unas tres o cuatro personas jóvenes —en sus “thirties”— (chicas, chicos, ¿parientes?, ¿familiares?, ¿amigos?... ¿quién sabe?).

¡Y yo salgo a recibirlos, a saludarlos, a darles la bienvenida! ¿Cómo? ¡VOLANDO!!!

Me lanzo a volar sobre el mar hacia donde está el avión.


Detrás del avión (en 1) se ve una especie de horizonte, o un fondo. No sé si son las nubes del atardecer o la vegetación de unas islas.

El mar es de color marrón (como el color del Río de la Plata). ¡Pero es el mar! Y cuando me lanzo, me doy cuenta de que estoy a gran altura, y de que me interné bastante mar adentro (más de lo que pensaba). Pienso que tengo que pegar la vuelta.

Es impresionante volar a esa altura, pero no tengo ni miedo ni vértigo (sólo siento que se me fue un poco la mano…).

Doy vuelta para volver y paso cerca del avión, a más altura que él.

Veo los pies de los pasajeros —son pies de mujer, algunos con sandalias— pero no veo quiénes son.


Después, hago una pirueta volando por arriba del avión, me acerco, y amago a que me voy a subir al avión en movimiento, en pleno vuelo.

Hago como que me voy a lanzar encima del avión y abordarlo como si fuera un barco. (Creo que hasta le veo una cubierta con un bote salvavidas…)


Los pasajeros (las pasajeras) lanzan un “¡uuuhh!” de asombro —o tal vez de miedo. Pero lo mío es sólo un amague, un juego, una broma.

¡Y todo esto ocurre mientras yo estoy VOLANDO!

Después, me alejo, pego una vuelta, y me voy en dirección a la costa (que es hacia donde se dirige el avión). Lo veo con el sol de la tarde dándole de lleno, amarilleándolo, dorándolo.


Me veo “aterrizando”, llegando a un restaurante o bar situado en la costa, sobre un acantilado, con unas terrazas llenas de mesitas y de gente asombrada al verme llegar volando.

El avión se va por otro lado —al fondo, atrás— hacia un aeropuerto o una pista de aterrizaje.



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Nunca, en mi vida, volé. Jamás viajé en avión. Y “las alturas” (ascensores, balcones —o cualquier cosa que estuviera a dos metros del suelo) me producían vértigo.

Es más, a veces sentía vértigo mirando —“hacia arriba”— un edificio alto, o un cielo lleno de nubes.

Así que la sensación (tan vívida) de estar volando (por mis “propios medios”) sin sentir miedo ni vértigo sí que fue “joyfull”, gozosa, una vivencia muy especial.


Cuando uno está en la cima de una montaña muy alta, mira hacia abajo el camino ondulante que lo condujo hasta allí, y le toma una foto, la foto nunca llega a dar la sensación de distancia y de altura (y de magnificencia) de la experiencia real.

Y cuando uno, parado a la orilla del mar, le toma una foto, ésta tampoco transmite la sensación de grandeza (de profundidad, de espacio) que uno tiene frente al verdadero mar.


Lo mismo (o algo parecido) sucede en este caso: mi relato no transmite la sensación, la vivencia, de estar —realmente— (en esta “otra realidad”, al menos) volando, a gran altura, sobre el mar.



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