¡Ah, qué flores tan
hermosas!
¡Ah,
qué flores tan hermosas!,
no
las dejo de mirar;
y,
aunque blancas y chiquitas,
a
mí me parecen rosas
—rosas
redondas, robustas—
en
un fecundo florar.
¡Ah,
qué flores tan hermosas!
—¡y
qué florero, además!—;
no
por mirar las florcitas
—esas
blancas y chiquitas—
dejo
de ver el entorno,
ese
entorno natural.
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