10. “El Blues de Phil” o el caso de los instrumentos robados al Museo del Jazz
“El Blues de Phil, de Phil
Martin,
el Blues de Phil, tiene
feeling...”
(“El Blues de Phil, de Phil
Martin”, canción blusera en homenaje
a Phil, Phil Martin)
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Phil, Phil Martin
“Phil, Phil Martin”, por aquello de “Bond, James Bond”; una buena broma en la época del Bond de Connery, gastada, muy gastada en la época de Phil —más que gastada, olvidada.
Phil encendió su “Dromedar” frente a la
entrada de “La jaula de los leones” (en castellano en el original), un boliche
“jazzero” de los barrios bajos de L.A. (Las Anguilas —ciudad de la costa
Californiana donde se podía encontrar de todo, menos anguilas.)
Era el vegésimocuarto cigarrillo que encendía
ese día, y el número 14.222 en la lista de cigarrillos que había fumado en su
vida (llevaba la cuenta en una libretita de tapas duras y lomo espiralado —“como
el espiral del tiempo”, pensaba Phil).
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“La jaula de los leones”
El boliche “jazzero” era uno de los tantos
que abundaban en L.A. (tal vez el vegésimocuarto, también).
Algún tiempo atrás, al cartel de neón de “La jaula”
se le habían caído algunas letras y, en vez de “La jaula de los leones”, se
podía leer en grandes cursivas, como las de los “Repuestos Rivadavia”: “aula de
los leones” (un nombre mucho más adecuado, pensaban todos —un nombre mucho más acorde,
pensaba Phil, tratándose de un antro musical).
El humo de su cigarrillo se fundía con el
humo que salía de “La jaula” —mezclado con la música que se arrastraba, lánguida
y azul, como un humo más. Y todos —el humo del “Dromedar”, el humo de “La jaula”
y el humo azul de los blues— se fundían con la gran bruma de la noche de Las
Anguilas (una bruma que no era broma, pensaba Phil).
Phil tenía una certeza —una sola, perdida
entre todas sus dudas—: le gustaba la música. Le gustaba la música “jazzera”.
Le gustaba la música que se arrastraba escaleras abajo de la entrada de “La jaula”.
El coro que sonaba en ese momento
—“uuuuhhh... uuuuhhh... uuuuhhh...”— parecía aludir directamente a él, a su
carrera, a su vida (un detective privado privado de casos, ese era su caso).
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Un combo exitoso
Entró —la música sonaba más brillante, más
hermosa, más azul.
En un pequeño escenario ubicado en la esquina
más oscura del recinto —junto a una puerta de metal con una luz roja encima y un
cartel de “EXIT” al costado—, sonaba el combo estable de “La jaula”: “El
cuarteto de Charlie Porter”. (Charlie Porter en guitarra y arreglos, Fatty
Morello en piano, Gus Morton en contrabajo y Andy Saddler en batería, y tres
músicos invitados para esta sesión, Slim Gardner en trompeta, Manny
Books en saxo y un joven cantante de New Jersey —un susurrador, en realidad—,
Al Duggman.)
Los coros “uuuuhhh...” dejaron paso a la canción
y, mientras caminaba hacia el escenario, Phil pudo oír: “El Blues de Phil, de
Phil Martin, el Blues de Phil tiene feeling...”. Se detuvo... “en las noches de
Amambay, o en las noches de L.A....”, apagó su cigarrillo, miró de reojo a los
músicos... “el Blues de Phil is here to stay...” y salió —por la
puerta del “EXIT”— al callejón (“vaya éxito”, pensó Phil).
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Epílogo
Algunos de los instrumentos
musicales del “Museo del Jazz de Las Anguilas” habían sido robados; entre
otros, una trompeta que había pertenecido a Miles Davis, el saxo de John
Coltrane y la guitarra de Wes Montgomery.
Las autoridades del museo le
habían encargado a Phil la investigación del caso. (“Echaré un vistazo por ahí”,
había respondido Phil —y eso había hecho.)
“El Blues de Phil, de Phil Martin...” sonaba aún
en sus oídos cuando informó al museo que sus investigaciones no habían dado
resultado. (La guitarra de Charlie Porter sonaba tan bien como la de Wes
Montgomery, pensaba Phil —y la trompeta de Slim Gardner y el saxo de Manny
Books tan bien como la trompeta de Miles Davis o el saxo de John Coltrane.)
La cosa —el caso— quedaría
para otro momento (“y para otro detective”, pensó Phil, “uno al que no le guste
tanto la música”).
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