Los recuerdos de las Navidades de mi infancia
son de dos tipos: “imaginarios” y “reales”
—por decirlo de algún modo.
Los imaginarios: la nieve, el trineo, los renos…
Los reales: ese tío que se disfrazaba de Papá Noel,
el pino decorado y los regalos.
El tiempo los ha fundido en un solo aroma:
el de una Navidad infantil eterna, atemporal.
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