martes, 13 de noviembre de 2018

El hombre que hablaba con los árboles


El hombre que hablaba con los árboles


La primera vez que vi a Mc Gough (según él, se pronunciaba Mac “Goff” —con la “gh” como una “f” fuerte, como en “rough” o “tough”— y no “Goj” —como en “Van gogh”, el pintor) fue en el claro de un montecito cercano a mi casa. (Lo del nombre surgió —en parte— por un comentario mío acerca de su parecido físico con el pintor.)

Por aquella época yo solía cruzar aquél montecito camino del pueblo, o paseaba por él los domingos por la mañana —imaginando aventuras verdes, refrescantes.

Aquella vez —y cada vez que lo volví a ver— Mc Gough estaba parado en medio del claro, mirando hacia arriba, con unos papelitos en la mano.


Tenía el pelo corto y la barba entrecana —tupida y corta también— y las ropas que vestía eran de buena calidad —con esa calidez y blandura de las prendas muy usadas, muy queridas.

Aunque no era un dibujante de oficio —según me había contado—, solía verlo tomando apuntes de los árboles —una especie de apuntes taquigráficos de los árboles en distintos momentos y en distintas situaciones.

A distintas horas del día —decía— las impresiones que tenía de un lugar eran muy diferentes (un grupo de árboles que lo había fascinado por la tarde —por ejemplo— no tenía el menor interés —para él— la mañana siguiente).

Tampoco tenía sentido volver a buscar alguna impresión, algún efecto que había encontrado ya que, a la vez siguiente, ya no estaba ahí. No solamente los cambios en la luz, el viento —las estaciones del año—, hacían que cada paisaje fuese diferente cada vez, sino también sus propios estados anímicos, emocionales, mentales…

No llegué a conocerlo tan bien como me hubiera gustado, pero siempre hubo entre nosotros cierta complicidad en las miradas. (Estábamos unidos, creo, por un gusto por los espacios abiertos y por la proximidad de los árboles.)


Mc Gough tomaba sus notas y apuntes en unos papelitos doblados (que él desdoblaba e iba llenando de pliegue en pliegue como si fuesen las páginas de un pequeño libro o cuaderno).

Alguna vez me dijo que, de alguna forma, él se sentía como un árbol más, que él también era un árbol.

Cierta mañana, cruzando el montecito camino del pueblo, no lo vi en medio del claro, en el lugar en donde solía pararse. Lo único que había en ese lugar eran sus papelitos.


Jamás lo volví a ver. Ahora, mis visitas al montecito son más frecuentes y, cada vez que me paro en medio del claro, me parece que Mc Gough está ahí, entre los árboles que lo rodean —como un árbol más— y que me habla en un lenguaje que parece incomprensible —pero que termina siendo inconfundible y claro.

Ahora, soy yo el que —con unos papelitos doblados en la mano— toma notas, como apuntes taquigráficos.  

Douglas Wright

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Papelitos de Mc Gough 

He aquí algunos de los papelitos de Mc Gough.

Apuntes de los árboles en distintos momento y en distintas situaciones —como me decía él.






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Apuntes de Mc Gough 

Estos son algunos de los apuntes que pude tomar de él.  



Este no es, en realidad, un apunte,
sino la única foto que pude tomar de él
(a contraluz).

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Este está hecho “de memoria”,
en casa.

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Y este está hecho “a las corridas”,
en el montecito, con lo que tenía a mano
(una birome, tal vez). 


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