miércoles, 27 de junio de 2018

11. Phil Martin y la cuestión de los clubes




11. Phil Martin y la cuestión de los clubes


“El Tao que puede ser expresado en palabras
no es el Verdadero Tao.”

(Lao Tse, Tao Te King)

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El Club del Clan

      El Club del Clan era un programa de televisión que Phil Martin veía en su adolescencia —en sus “teens”. Lo emitían los sábados por la tarde, provenía de un país de habla hispana, y estaba dirigido a la comunidad latina de L.A. (Las Anguilas).

      Phil encontró una foto del Clan en una revista vieja que andaba entre sus papeles —viejos también. Era una de esas revistas que traían la programación televisiva de la semana (TV Guía, Canal TV, o algo así). Y Phil recordó, inmediatamente, con cuántas ganas había querido pertenecer a ese club y cómo, una vez por semana, se sentía, casi, parte de él.
     
      Entre los protagonistas había uno que lo tenía fascinado con su sonrisa “ganadora”, su enorme jopo dorado, y unos pulóveres llamativos que lucía tanto en invierno como en verano. Pero lo que a Phil le fascinaba más que todo eso era su guitarra eléctrica: roja, brillante, absolutamente maravillosa (¡tanto como el autito rojo de su infancia!). ¡Ah, como había querido tener una guitarra como ésa! ¡Cómo había querido tener esa guitarra!
     
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Un club de clubes

      A Phil le parecía que El Club del Clan había inaugurado una época de clubes en su vida. Clubes a los que no pertenecía ni pertenecería jamás.
     
      El club de badmington al que lo habían asociado sus padres —al que pertenecían ellos, pero no él.
     
      El de los cigarrillos Jockey Club —con el paquete rojo como la guitarra— que Phil intentó fumar sin éxito hasta que optó por sus Dromedar sin filtro.

      El Club de corazones solitarios del sargento Pepper (¡ah, los Beatles!) —pero ellos y su club de corazones solitarios eran de otro mundo.
     
      Luego, con las novelas policiales que lo acercaron a su oficio de detective privado, el Club Sandwich que almorzaba Philip Marlowe cuando estaba apurado.
     
      Estaban, además, los clubes de fútbol y de béisbol a los que la gente parecía adherir, incondicionalmente, para toda la vida. (Boca y River —se había enterado Phil— eran los clubes de fútbol que cumplían esa función en el país de donde venía el Club del Clan.)
     
      Y, por fin, los grandes clubes de los partidos políticos, las diferentes religiones y las ideologías de todo tipo…
     
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Lejos del Club del Clan

      “Jamás pertenecería a un club
      que me aceptara a mí como socio”,
      decía Groucho Marx.
     
      “El club al que puedo pertenecer
      no es el Verdadero Club”,
      diría Lao Tse.
     
      “¿Dónde está el club de los que
      no pertenecen a ningún club?”,
      se preguntaba Bertrand Russell.
     
      “Existen infinitos clubes, en infinitos
      universos, y puedo pertenecer a todos ellos,
      o a ninguno, según me dé la gana”,
      opinará —probablemente— algún
      físico cuántico.
     
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Epílogo
     
      “No sé a qué club pertenezco”, murmuró Phil Martin, “aunque estoy bastante seguro de saber a qué clubes no pertenezco”.
     
      Phil volvió a dejar la revista entre sus papeles viejos mientras pensaba que le gustaría tener abiertas las puertas de todos los clubes, en general, aunque no perteneciera a ninguno, en particular.
     
          
      Douglas Wright



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