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Vacío, vacío, hoy está vacío, y está todo, todo, todo por hacer... Vacío, vacío, hoy está vacío, y, libre de todo, ¡hoy vuelvo a nacer!
Ojo con el ojo, el ojo de la mente, que ve como real lo que es aparente.
Dos tercios de luna en la noche de otoño, un cuarto en penumbras, dormidos los dos; medianoche clara sobre la cubierta, un mar en reposo: somos vos y yo.
Ella ordena mis paquetes de galletas de cereal, y es co-autora de mis pizzas, que ya no saben igual. Y responde a mi saludo de un modo tan natural: “hola, hola, hola, buen día”, “hola, buen día, ¿qué tal?” Ella prepara el café, quema el jarro de metal, y desayuna conmigo justo frente al ventanal. Y abrazos en la cocina, remera por delantal, y abrazos que hacen temblar la baranda de metal. El aire de la primavera, y el suave cielo otoñal (y el verano con balcones, y el acurruco invernal), todo, todo es parecido pero ya nada es igual.
Cielo grisáceo, blancuzco, cielo triste, sol sin sol; un otoño desmayado, un otoño que enfermó.
Sólo vuelvo porque fui, sólo porque fui volví; una vez, de aquí hacia allí, otra vez, de allí hacia aquí. Si no hay allí, no hay aquí, si no hay aquí, no hay allí; sólo hay aquí desde allí, sólo hay allí desde aquí.
Ando preocupado, medio preocupado, y no me preocupo por mi situación; si me preocupara andar preocupado sería completa mi preocupación.
Hay una ventana, mi ventana al mundo; está en mi cabeza, adentro... profundo. ----
Hay una ventana que da a la vida; nunca está cerrada, siempre está abrida.